“Vé Azim. Ya es hora de que esos malditos Atreides y esos sucios Fremen se den cuenta de que los Harkonnen continuamos aquí. Vé, elimina uno a uno esos refugios y acaba con la vida de todos los fremen. Ya es hora de que nos alcemos y dominemos este maldito planeta.”
Esas eran mis órdenes. Por fin, después de mucho tiempo los Harkonnen volvíamos al ataque, esta vez para ganar. No habrá fremen que nos pueda vencer. No habrá atreides que puedan eliminarnos. Porque somos Harkonnen, porque somos los más poderosos.
Andaba por aquellos pasillos, hacia las naves que serían utilizadas cuando alguien colocó su mano sobre mi hombro. Me detuve en seco y me giré, levemente. Ahí estaba Clement Harkonnen, el hijo de mis superiores: La baronesa y el barón harkonnen.
-¿Por qué no me has avisado?-Espetó. Sabía perfectamente que no iba a ir a buscarle.
-Porque es una misión sencilla y aún la verdadera pelea no ha empezado. Así pues, considero que no debes venir, Clement.
-Sigo siendo un soldado.
-También el hijo de los barones Harkonnen.
-… Voy a ir.
-… Está bien.-Me giré para continuar andando.- Pero como te hieran, aunque sólo sea una vez, regresarás hasta que se produzca una batalla importante.
No vi su expresión facial, simplemente me siguió.
Llegué pronto al lugar donde el resto de soldados me esperaban. Lo cierto es que tenían una pinta lamentable y lo único que parecían eran mercenarios. Sonreí levemente y luego comencé a explicarles nuestra misión. Gritaron, de entusiasmo, para luego comenzar a prepararse para partir. Esperaba, paciente, mientras Clement continuaba cerca de mi.
-Mírales…-masculló él.- Toman todas las armas que son capaces de llevar encima.
-Están ansiosos.-Respondí.- Hace demasiado tiempo que no luchan, al menos de esta manera. Hay que dejar que lo saboreen.
-¿Tú no estas ansioso?
-¿Yo?-pregunté, luego reí.- No se me ha dado esa orden.
Clement me miró extrañado, como si no hubiese entendido lo que había dicho.
Yo cumplo las órdenes y, a no ser que me indiquen que me divierta o sea cruel, mataré al enemigo lo más rápido posible. Lo importante es llevar a cabo las exigencias que me den.
Pronto comenzó la matanza.
Uno a uno caían los refugios y en todos se seguía el mismo patrón: luchaban al principio, con la confianza de que acabarían con nosotros. Sin embargo, a medida que avanzaba la pelea acababan perdiendo confianza y luego… se daban cuenta al fin de que nunca podrían vencer. Dudo que haya en este planeta un fremen que nunca pierda la confianza, que crea que venderá a los Harkonnen pase lo que pase. Realmente dudo que exista alguien tan estúpido.
Llegamos a un refugio en el que, como en todos, nada más llegar y vernos, el líder se puso al frente de manera amenazante. Mis soldados estaban ansiosos, su sed de sangre no se saciaba jamás.
-Líder fremen, venimos a mataros a todos.
Pero ese hombre, de pelo largo y oscuro, me miró fijamente, como si me conociese y como si no se fiase de lo que le estaba diciendo. No me tomaba en serio.
-¿Pero qué dices, Azim?-preguntó.
Entrecerré los ojos levemente, pensativo. ¿Me conocía? Era imposible que unas ratas como estas conocieran mi nombre. Sin embargo, no me paré a pensarlo. Hice un gesto y para cuando se quisieron dar cuenta, los soldados ya habían arremetido contra ellos. Suspiré. Durante todas las batallas de aquel día no pude intervenir ni una vez. Mi colaboración no era necesaria aún.
Comencé a avanzar, entrando en aquel lugar pasando por encima de varios cuerpos muertos de fremen. Ya adentro, olía a sangre, humo…. Olía a muerte. Había un gran barullo, aún así, ni me inmuté mientras miraba hacia otro lugar.
De pronto, oí dos pasos rápidos y al mirar hacia aquel lugar vi a una mujer, una fremen. Vestía como todos ellos, aunque llevaba una espada blanca. Su cabello era oscuro, le llegaba por los hombros, y un mechón estaba en medio de su cara. Su respiración era agitada, estaba pálida y, como aquel líder estúpido, parecía conocerme.
-A… Azim…-susurró, las lágrimas en ese momento comenzaron a brotar de sus ojos.
-Hum… ¿Tú también? ¿Qué te pasa?-pregunté, mientras sonreía. Me acerqué lentamente, mientras extendía mi brazo derecho hacia ella y el izquierdo iba hacia mi espada.
Sin embargo, poco antes de poder matarla alguien me atacó. Por acto reflejo me cubrí con mi espada, vi entonces al líder. Jeh. Maldito aguafiestas.
-¡Asam! ¡¿Qué haces?!-gritó ella.
-¡Nazira...!¡Él no es quien tú crees!-espectó el líder, mientras forcejaba con mi espada para herirme. Yo simplemente me mantuve quieto.- ¡Es quien está liderando a los Harkonnen!
-¡Eso no puede…!-Intentó exclamar ella.
Pero justo entonces di un movimiento brusco, provocando que a él se le cayera su espada. Le golpeé el rostro y, acto seguido, lo atravesé a la mitad. Lo llenó todo de sangre, como era de esperar.
-¡¡Asaaaaaam…..!!-Chilló desgarradoramente aquella fremen.
Mis ojos se clavaron en ella. Ahora lloraba, más que antes, pero en sus ojos había algo que antes no había. Ira. Me acerqué lentamente, con la espada en mano. Creí que se iba a mantener quieta, en silencio. Sin embargo, de pronto clavó sus ojos en mi y me empujó bruscamente, aunque lo único que consiguió fue moverme un paso y que la tomara del brazo.
-¿¡Quién se supone que eres, eh!? ¿¡QUÉ TE HAN HECHO!? ¡Tú estabas muerto… TÚ DEBÍAS ESTAR MUERTO…!-Exclamó, aún llorando.
-Tú misma lo has dicho, soy Azim.-La hice hacia mi, halando de su brazo.- Azim Skinner.
-¿Skinner…?-agachó la cabeza levemente.
-Un Harkonnen.
Levantó su mirada en ese momento y de pronto su blanca espada estaba en mi cuello, mientras que la mía estaba en el suyo. Nuestras miradas estaban entrelazadas. Sin embargo, todo se llenó de sangre. De su sangre. Se desplomó, mientras aún continuaba mirándome y yo la sujeté, para que no cayera de golpe. Su espada cayó al suelo, haciendo un sonido muy particular. No pudo intentar matarme, cuando estuvo apunto de hacerlo se echó atrás.
-Perdóname…-susurró ella, entonces noté que su cuerpo se relajaba, que dejaba de respirar. Había muerto.
Me agaché y la dejé tendida en el suelo, luego me alcé y miré hacia delante. Ya quedaban pocos fremen y, aquellos que aún vivían, no luchaban sino huían. No van a poder detenernos jamás. Es imposible.
-¡MADRE, PADRE!-Oí un grito desgarrador a mi espalda, me giré levemente y vi a una muchacha correr hacia mi. ¿Sería la hija de aquellos dos fremen?
Atacó como un animal furioso, la esquivé, pero aún así no se detuvo y volvió a atacar. Estuvo así durante varios minutos, hasta que finalmente se detuvo y clavó sus ojos en mi mientras su respiración aún era agitada. Llevó su mano derecha hacia la espada blanca de su madre y la tomó entre sus manos, luego clavó sus ojos en mi con furia.
A pesar de lo que esperaba, no lloró. Era como si la furia que sentía fuera más fuerte que la pena. Acto seguido se lanzó al ataque, con la espada. Ahora su forma de intentar herirme era completamente diferente. Bloqueé su espada con un pequeño cuchillo que guardaba. Finalmente la empujé de una patada y la golpeé fuertemente, provocando que cayera al suelo.
-Azim.-Oí decir a Clement, me giré para mirarle.- Ya están todos muertos.
-Vamos entonces.-Respondí mientras giré hacia la salida.
Asintió, aunque cuando iba a comenzar a seguirme se detuvo en seco. Miró de reojo a la fremen y cuando fue a abrir la boca, respondí:
-Alguien tiene que informar a la ciudad de lo que sucede. Déjala.
Aunque le oí protestar, luego comenzó a andar y a, por tanto, seguirme. Pronto iba a comenzar todo. Pronto la guerra entre los Harkonnen, los fremen y los Atreides volverían y entonces… Sólo habrá un vencedor. Nosotros. Y no hay marcha atrás para ellos.
Out: Thanks to... Clement. Espero que os guste.
Lau volvió al desierto a las 12:57 a. m.
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